Escrito por: Pelayo de las Heras
Fotografía: Rafael García
Vídeo: Borja Rebull
Como afirmaba el biólogo Jacques Cousteau, «el mar, una vez que lanza su hechizo, lo retiene a uno en su red de maravillas para siempre». Lo cierto es que mares y océanos son básicos para la vida, cubriendo gran parte de la canica celeste que llamamos planeta Tierra. Para otras personas, es una oportunidad. Es el caso que ocupa Crusoe Treasure, una organización de «gente insensata, soñadora y con mucha ilusión», cuyo objetivo es sacar provecho al mar (y no aprovecharse de él).
Su proyecto es único en el mundo: presume de ser la primera bodega submarina del planeta. Localizada en la bahía de Plentzia (Bizkaia), la suya es una historia especialmente peculiar, y envuelve una década de investigación acerca del vino submarino. Es decir, aquel cuya crianza se ha realizado bajo el mar de forma total o parcial. Y es que esta clase de bebida no solo es notablemente diferente de aquellas criadas en superficie –su estructura molecular parece cambiar de forma diferente– sino que bajo el mar los vinos envejecen más rápido sin perder ninguna clase de cualidad, algo favorecido por la presión, luz y temperatura del medio.
El vino submarino ha llegado,
de la mano de Amazon, a países como
Japón, Francia o Alemania
Así explica el proceso el fundador de la compañía, Borja Saracho: «Trabajamos con familias que tienen pequeños viñedos, que cultivan la uva muy cerca y con mucho cariño. Tras pasar por barrica y analizar una serie de parámetros, embotellamos los vinos en unas botellas especiales que conviven en el fondo del mar aproximadamente un año». Y lo hacen a 18 metros de profundidad y a una temperatura continua que no sobrepasa los 19 grados centígrados.
La bodega, instalada en el fondo del mar Cantábrico, cuenta con 500 metros cuadrados. Lo interesante es que su funcionamiento –cuantificado a través de distintos tipos de sensores– no se limita solo al desarrollo del vino, sino que también funciona como un arrecife artificial. El concepto, en realidad, es tan sencillo como natural: al igual que las plantas trepadoras terminan gobernando un edificio abandonado, la vida marina se ha adueñado de la pequeña bodega submarina. Así, entre el hormigón y el acero se encuentran las botellas de vino –serigrafiadas, para evitar la contaminación derivada de las etiquetas– a buen recaudo, pero también las distintas especies marinas que, ahora, han encontrado allí su hogar. Y no son pocas. Junto a los 10 tipos de vino añejados en el fondo del mar de la mano del enólogo riojano Antonio Palacios y su equipo –entre los que se incluyen el buzo Enrique Talledo– conviven hasta más de 1500 especies distintas de flora y fauna.
Entre esta curiosa selección de vida conviven especies tan diferentes como el cabracho (o pez escorpión), las esponjas o las estrellas de mar. Hoy, como explica Anna Riera, bióloga del proyecto, la zona es un ecosistema complejo, estable y diverso. Y, por tanto, es con la aparición de Crusoe Treasure cuando por fin se vuelve posible confirmarlo: «Donde hay vino, hay vida».
Los vinos de Crusoe Treasure ya están surcando los mismos mares donde evolucionan, y desde hace más de una década pueden encontrarse en países como Japón, Francia o Alemania. Su origen se sitúa a partir de la crisis de 2008, que obligó a la empresa de Borja a reconvertirse: aunque estaba enfocada al submarinismo recreativo, pronto las necesidades económicas empiezan a asfixiar el negocio, obligando a virar la nave hacia el negocio –entonces, aún sin descubrir– del vino submarino.
Además de su peculiar proceso de elaboración,
este vino es todo un éxito apreciado por
expertos catadores: en su haber se hallan ya
diversos galardones internacionales
Además de su presencia internacional, la compañía ha obtenido también un considerable número de galardones, como la Medalla de Plata en el Challenge International du Vin (Francia), la Medalla de Bronce en la International Wine & Spirit Competition (Inglaterra) o el Premio Impulso a la innovación en turismo (España).
Amazon tiene parte de culpa de este éxito. «Ha sido un descubrimiento», según explica Borja. Una palabra que, sin duda, es adecuada para un producto a resguardo de las olas del mar. «Ha sido una ventana al mundo, una oportunidad increíble de trabajar con diferentes países a los que si no, hubiera sido prácticamente imposible acceder», reconoce el fundador.
Y cada botella es distinta, tal como atestiguan los cientos de clientes de la compañía: puede ser tanto opaca e incrustada como limpia e impoluta (o, lo que es lo mismo, puede haberse criado en una zona protegida o en una zona indómita gobernada por el ordenado caos de la naturaleza). Se trata de vinos como el Sea Soul 7 que, sometidos a esta peculiar crianza natural, se desarrollan poco a poco hasta acabar sobre el mantel que recubre la mesa de un hogar al otro lado del mundo. Y para hacerlo ha sido imprescindible subirse al barco de Amazon para surcar los mares una y otra vez.